martes, 20 de marzo de 2012

La Creación del Laberinto

Mi historia se remonta hace hasta unos cuantos años: estaba en San Francisco, en el Golden Gate Park, para ser exactos. Había salido de casa para alejarme del estrés, aunque con mi ADHD y mi dislexia no es que fuera fácil alejarme del estrés, así que mi padre me metió en un colegio especial para niños problemáticos. Por cierto, me llamo Daedalus, lo sé, un nombre un poco raro. Es griego, mi madre lo eligió. Mi padre me dijo que cuando tenía siete meses se fue y que nunca volvió, pero eso era una mentira de la que luego me enteraría, pero bueno, volvamos a mi historia. Estaba en  el parque y vi algo tan raro que todos los demás no veían. Era un chigua gua enorme, o eso parecía, era tan grande como un elefante. Cuando estaba a unos veinte metros, el perro enorme se abalanzó sobre mí. Después de eso no me acordé de nada más excepto que el perro se convirtió en polvo negro y luego me desmayé de un golpe en la cabeza.
Me levanté de un salto, estaba en una cabaña, tumbado en una camilla. Era de noche, había más gente pero estaban todos dormidos, todos, excepto uno. Era una mujer, su pelo era negro y sus ojos, que podían verse perfectamente en la oscuridad, eran grises. Me incorporé y cuando volví a mirar ya no estaba, solo había una esquina negra en la oscuridad. Me intenté levantar pero me caí al suelo y me volví a desmayar. A la mañana siguiente, me encontré en un porche de una playa sentado en una tumbona; había un hombre que reconocí perfectamente: era mi abuelo.
-   Abuelo, ¿dónde estoy?
-   Estas en una playa.
-   ¿Pero donde?, ¿qué es este sitio?, ¿qué hago aquí?, ¿qué…?- mi abuelo me interrumpió
-   Esas preguntas te las irás respondiendo tú solo, en tiempo.
Nos fuimos de la playa, adentrándonos en una especie de pueblo, todavía titubeaba un poco, pero me sentía mejor. A mi alrededor vi a un montón de gente: niños de mi edad, más mayores, más pequeños… y todos llevaban una armadura al estilo griego, con espadas y escudos, luchando entre ellos.
-   ¿Qué es este sitio?- pregunté, atónito.
-   Este, mi querido Daedalus, es el campamento Zeus, donde…
-   Espera, ¿has dicho Zeus refiriendo al dios de los cielos de la mitología griega?- interrumpí.
-   Exactamente, aquí, hijos de dioses y mortales entrenan para poder sobrevivir a los monstruos que hay en el mundo exterior. Y no sé como querrás llamarlo tú pero no es mitología, es verdad.
-   Pero los monstruos pueden entrar aquí ¿no?, ¿por qué entrenáis si os pueden asaltar en este mismo instante?-
Pregunté un poco atónito por la noticia que acababa de recibir.
-   No, aquí solo pueden entrar mestizos. Los mortales y los monstruos no pueden traspasar las protecciones mágicas.- me explicó.
-   Entonces, yo soy…-las palabras no me salían de la boca.
-   Sí, eres un mestizo Daedalus, hijo de Atenea, diosa de la sabiduría.
No sabía que decir. ¿Como podía ser yo el hijo de Atenea? No podía ser, pero decidí no preguntar.
Mi cabaña estaba llena de gente como yo. Por fin me sentía querido, y mi madre no había muerto. El día se me hizo eterno porque no quise hacer nada, solo tumbarme en mi cama. No hice amigos, pero no los quería, estaba bien como estaba.
Al día siguiente empecé con el entrenamiento. Era muy duro pero me lo pasaba bien. A lo largo de las semanas me empecé a interesar por la arquitectura. Primero estuve haciendo ciudades en miniatura hasta que un día se me ocurrió una construcción extraordinaria. Estuve mes y medio en mi cabaña sin salir, haciendo miniaturas y bocetos de mi construcción hasta que mi abuelo me dijo que saliera a tomar el aire, así que me fui a explorar el bosque y encontré el sitio perfecto para empezar a construir mi invención, pero necesitaba ser debajo de la tierra porque era demasiado grande.
Al día siguiente, le pedí a mi abuelo una herramienta mágica para poder agrandar el espacio un poco y empecé a construir. Iba todo perfecto hasta que la herramienta de mi abuelo empezó a crear efectos secundarios en la construcción pero yo no me di cuenta hasta que empecé a tardar más en volver y cada vez estaba más tiempo construyendo, o eso parecía, hasta que me di cuenta que se hacía más grande y creaba nuevas entradas solo, cambiaba dependiendo de la persona, te intenta liar para que no encuentres la salida o mi taller en el centro de la construcción. Cuando acabé la construcción, aparecí en Chicago, luego en
Nueva York y así viajando por todos los Estados Unidos hasta que me rendí y me quedé en mi taller. Y aquí me tenéis, escribiendo esta historia, solo, en mi taller. Estoy pensando en volver a salir e intentar encontrar mi camino a casa pero ya ni siquiera sé cuantos años tengo y dudo mucho que alguien me reconozca.
Ahora seguro que os estaréis preguntando, ¿cuál es tu extraordinaria construcción? Fácil, es el Laberinto…

Pilar CASARES ALÁEZ.

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