miércoles, 19 de diciembre de 2012



CUENTO


Nunca pude pasar al otro lado;  me decían que era muy peligroso y que podía hacerme daño. Aquí todo era muy aburrido, no había gente de mi edad; nadie con quien pudiera estar. Todos los días eran igual,  nadie ni nada nuevo; tan solo la rutina de cada día en la que al empezar la mañana solo deseaba que se acabara de nuevo.  Desde pequeña he tenido todo cuanto he querido, pero a pesar de ello no conozco el significado de la palabra diversión. A veces imagino cómo sería mi vida si no estuviera en la familia que estoy; estoy segura de que tendría mayor libertad.
 Un día me levanté con la esperanza de hacer que todo eso cambiara, de cambiar el rumbo de mi vida. Eran las seis de la mañana;  bajé sigilosamente a la cocina para no despertar a nadie;  cogí unas rebanadas de pan y me fui corriendo hasta que me encontré cerca de la puerta principal; una vez allí logré salir con la esperanza de que nadie hubiera notado mi ausencia. Comencé a andar por las aceras de la calle, esto era nuevo para mí, que apenas había salido de casa. A medida que iba avanzando, las casas iban disminuyendo su tamaño, y la ciudad empezaba a perder su armonía y su tranquilidad. Ya llevaba unas dos horas caminando, estaba cansada de modo  que decidí sentarme un rato. Sin darme cuenta me quedé dormida; al abrir los ojos divisé a un hombre a lo lejos. Pude distinguir que iba vestido con un traje oscuro y muy arreglado. Esto  me impactó, pues contrastaba enormemente con  el lugar en el que me encontraba. Decidí no darle importancia y seguir caminando, hasta que llegué a una especie de calle que finalizaba en una gran valla de madera. Tras estar observándola un rato, pude divisar por un hueco una especie de poblado. ¡Había llegado al otro lado de la ciudad!. En uno de los extremos  de la valla había un pequeño agujero, por el que conseguí pasar.  Parecía un mundo paralelo. Las calles estaban tranquilas, todo parecía igual. De repente se me acercó un niño. Por  su altura estimé que tendría unos ocho o diez años al igual que yo. Llevaba una ropa muy vieja, éste me cogió de la mano y me llevó hasta una pequeña casa. Allí,  había una gran cantidad de niños, todos ellos serían también, aproximadamente de mi edad. Estaba un poco perdida, no sabía bien qué era aquel sitio, aunque parecía  tranquilo y normal.
 Ahora entiendo por qué mi madre no me dejaba ir allí. Mi estancia se prolongó bastantes días, terminé participando en una campaña en la que les ayudaba, y aprendí que aquel lugar era especial y que a pesar de todas sus carencias,  aquellos niños eran felices, y demostraban conformarse  con lo mínimo.
Aunque ya hace tres años que pasó todo, en la soledad de mis noches aún puedo escuchar sus risas y cada día aprecio más la influencia que dejó en mí la convivencia con ellos y que marcó un cambio muy significativo en mi vida, haciéndome percibir las cosas con otra perspectiva.

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