miércoles, 19 de diciembre de 2012

Una vez estaba en un mundo donde...


UN VEZ ESTUVE EN UN MUNDO DONDE…

Estaban todos sordos, nadie hablaba, nadie susurraba ni reía, nadie se comunicaba… Era una sociedad que desconocía.  Por muchas preguntas que se hiciesen, por muchas palabras que se dijesen, nadie se inmutaba, estaban todos absorbidos. 
Una mañana, vagando por esta absurda sociedad, alguien lloraba.  Era la primera vez en mucho tiempo que oía llorar a una persona. Me acerqué para ver y ni si quiera pregunté, ya daba por respuesta un silencioso silencio; di media vuelta y me marché. Al cabo de unos días,  no sé cuántos,  ya  que nadie ni contaba ni sabía en qué año vivíamos y lo único que hacían era estar todo el día mirando aquella pantalla inútil, volví a ver a aquella mujer llorando. Esta vez descarté la posibilidad de no obtener respuesta y decidí preguntar, le dije:
-“¿aunque seguramente no me respondas, me gustaría saber qué te pasa?”
Ella dejo de llorar y se fue.
Todo el mundo estaba hipnotizado con aquella pantalla, no se movían de casa para nada, excepto  para ir al  servicio. Pedías la comida a través de aquella pantalla, trabajabas a través de ella,  estudiabas, inventabas, ¡todo se hacía mediante esta horrible máquina!.  Las calles, parques, tiendas, campos, el deporte… todo había desaparecido, lo único que quedaba eran vías por las cuales los robot automáticos encargados de llevar la comida, “hacerla” (ya que toda la comida eran unas pastillas con las proteínas y sustancias necesarias para vivir y un sabor idéntico todas ellas, que creaban las estúpidas máquinas), limpiar las aceras… circulaban por ellas, ¿Dónde estaba aquella sociedad en la que se salía a la calle, se relacionaba uno, se hacía deporte, se iba al supermercado, se comía aquella deliciosa comida…? ¿Qué hemos hecho con el mundo?
De momento, yo era el único que salía a pasear, me mantenía en forma,  o por lo menos eso creía. Toda mi vida la había empleado en buscar a más gente de mi tipo, pero hacía tiempo que ya había perdido la esperanza, cuando de repente, el día menos esperado y raro, la encontré, era ella, la misma chica a la que la había preguntado esa mañana, la que sin haber pensado que yo era uno de los suyos se había marchado, la que en un futuro me ayudaría a encontrar a más personas y no a más personas-máquinas, con la que emprendería la misión de intentar empezar a volver a crear esa antigua sociedad, y cómo no, con la que crearía una familia.

Sóy Kóke, si no te lo cójo te doy un tóque.

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