CUENTO
Nunca pude pasar al otro lado; me decían que era muy peligroso y que podía
hacerme daño. Aquí todo era muy aburrido, no había gente de mi edad; nadie con
quien pudiera estar. Todos los días eran igual, nadie ni nada nuevo; tan solo la rutina de
cada día en la que al empezar la mañana solo deseaba que se acabara de nuevo. Desde pequeña he tenido todo cuanto he
querido, pero a pesar de ello no conozco el significado de la palabra
diversión. A veces imagino cómo sería mi vida si no estuviera en la familia que
estoy; estoy segura de que tendría mayor libertad.
Un día me levanté con la esperanza de hacer
que todo eso cambiara, de cambiar el rumbo de mi vida. Eran las seis de la
mañana; bajé sigilosamente a la cocina
para no despertar a nadie; cogí unas
rebanadas de pan y me fui corriendo hasta que me encontré cerca de la puerta
principal; una vez allí logré salir con la esperanza de que nadie hubiera
notado mi ausencia. Comencé a andar por las aceras de la calle, esto era nuevo
para mí, que apenas había salido de casa. A medida que iba avanzando, las casas
iban disminuyendo su tamaño, y la ciudad empezaba a perder su armonía y su
tranquilidad. Ya llevaba unas dos horas caminando, estaba cansada de modo que decidí sentarme un rato. Sin darme cuenta
me quedé dormida; al abrir los ojos divisé a un hombre a lo lejos. Pude
distinguir que iba vestido con un traje oscuro y muy arreglado. Esto me impactó, pues contrastaba enormemente con el lugar en el que me encontraba. Decidí no
darle importancia y seguir caminando, hasta que llegué a una especie de calle
que finalizaba en una gran valla de madera. Tras estar observándola un rato,
pude divisar por un hueco una especie de poblado. ¡Había llegado al otro lado
de la ciudad!. En uno de los extremos de
la valla había un pequeño agujero, por el que conseguí pasar. Parecía un mundo paralelo. Las calles estaban
tranquilas, todo parecía igual. De repente se me acercó un niño. Por su altura estimé que tendría unos ocho o diez
años al igual que yo. Llevaba una ropa muy vieja, éste me cogió de la mano y me
llevó hasta una pequeña casa. Allí, había
una gran cantidad de niños, todos ellos serían también, aproximadamente de mi
edad. Estaba un poco perdida, no sabía bien qué era aquel sitio, aunque parecía tranquilo y normal.
Ahora entiendo por qué mi madre no me dejaba
ir allí. Mi estancia se prolongó bastantes días, terminé participando en una
campaña en la que les ayudaba, y aprendí que aquel lugar era especial y que a
pesar de todas sus carencias, aquellos
niños eran felices, y demostraban conformarse con lo mínimo.
Aunque ya hace tres años que pasó
todo, en la soledad de mis noches aún puedo escuchar sus risas y cada día
aprecio más la influencia que dejó en mí la convivencia con ellos y que marcó
un cambio muy significativo en mi vida, haciéndome percibir las cosas con otra
perspectiva.
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