Esa frase la
decía siempre mi padre en noches como estas, en esas noches en las que solo te
apetece tomarte un caldito y estar hasta que se te cierren poco a poco los ojos
tumbado en el sofá, cubierto con una mantita. Esta noche, era una de esas.
Estaba
tranquilamente cenando en mi cocina, ese día tocaba poyo, pero de repente
escuché como una voz, suavemente, susurraba “José… ven aquí”, al principio me
pareció un poco extraño, y, de hecho, terrorífico, pero al cabo de poco tiempo,
decidí ir. Si salía de la cocina sin razón alguna, mi madre iba a sospechar,
por lo que la dije si podía ir al baño a limpiarme la ortodoncia. Seguí la voz
hasta la terraza donde vi una larga escalera dorada que conducía a la luna. No
me lo pensé dos veces, inmediatamente subí corriendo por ella. A mitad del
camino me encontré con una campo lleno de flores rojas y lilas, había además
una persona que se me acercó, apoyó su mano sobre mi hombro y me dijo “si
quieres seguir subiendo para ver lo que hay al final, debes traerme una flor
roja y una flor lila” yo pensé que era demasiado sencillo, pero no le puse
pegas, fui a cogerlas. Poco a poco que me acercaba a una flor roja o lila ésta
cambiaba de color, se teñía de rosa, o azul, o verde, cualquier color que yo no
necesitaba. Me empecé a agobiar porque no iba a poder seguir subiendo si no
encontraba lo que necesitaba, pero entonces tuve una idea. Cogí una flor verde
y otra amarilla, les arranqué los pétalos y, con mucho cuidado, lo planté.
Inmediatamente creció una flor roja, no sabía cómo había podido suceder, pero
hice el mismo proceso con pétalos naranjas y azules, de esta manera creció una
flor lila. Se lo llevé al hombre que me
había encontrado al principio y éste, sorprendido por haberlo logrado, me dejó
continuar. Un poco más arriba me volví a encontrar con otra persona en un
parque enorme, había toboganes, balancines, aparatos de ejercicio, todas las
cosas que puedes imaginar. Esta vez me acerqué yo a la persona que estaba
sentada en el banco, se levantó y me dijo “si quieres poder llegar al final de
las escaleras, debes encontrar entre todos los columpios una flor celeste”.
Esta vez, en vez de ir directamente a buscar la flor, primero pensé. Dije hacia
mis adentros, ¿cuántas posibilidades hay de que encuentre la flor celeste a la
primera?, ¡qué pregunta más estúpida!, seguramente ninguna, por lo que, con
astucia, cogí la primera flor que vi de cualquier color y la levanté hacia el
cielo, éste estaba tan cercano que el color se impregnó en la flor y se
convirtió de color celeste. Se la entregué a la persona que me encontré al
principio, la cual me dejó continuar. Al, por fin, llegar arriba, contemplé las
bonitas vistas, desde ahí se veía todo, absolutamente todo. Pero no era lo
único que veía, también vi a una persona, era de mediana altura y con traje,
estaba dada la vuelta. Me acerqué despacio para ver quién, le pude ver de
perfil y le reconocí perfectamente, no me lo podía creer. Quería abrazarle,
contarle mil cosas, pero él, antes de que yo pudiese hacer nada, dijo “Noche
oscura, fría y solitaria, como todas las noches.”
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